lunes, 11 de diciembre de 2006

01 HISTORIA DEL REYNO LEAR

Lo dicen las viejas crónicas, lo atestiguan los viajeros, se relatan estos hechos en las encrucijadas de los caminos, junto a la hoguera donde asan las castañas, sueñan y beben los peregrinos. También en las noches de pleamar, en los puertos, antes del zarpe definitivo, alumbrados por las farolas de proa, mirando mascarones carcomidos por la sal y los percebes, y escudriñando el horizonte desde las cofas, los viejos marineros las refieren. Algunas de estas relaciones pueden oírse, además, en el graznido de los albatros y en el chillido de los murciélagos ciegos que chocan contra los torreones y la barbacanas del castillo. Nacieron con las eras y los sueños, como La Balada del Viejo Marinero y el palacio del Khan que Coleridge soñó. Así, también nuestra relación vera, la de este Castillo Real y su Señor y Dueño, Gobernante y Protector, King Lear, hombre que siempre trató de ser un Rey justo, un padre amoroso, un marido paciente y un amante leal. Sabemos porque las crónicas lo dicen, que su Hado le fue fatal, que su hija Cordelia sólo para él Silencio tubo y él, Lear, nuestra Merced, interpretar no supo, dado que: ¿Qué es el silencio, decidme, y cómo saber lo que no dice? Sabemos, lo dicen los ruiseñores que Keats cantó y los ríos que Heráclito, el sabio, al tiempo comparó: Nuestro señor enloqueció, y vagó, y puedo aseguraros que el mismo Shakespeare le perdió la pista, la migajas de sus pisadas, y la cabeza magna más enajenada aún. Y por otras dimensiones, tiempos, espacios, acantilados, desiertos, landas embrujadas, tierras tenebrosas, unncaned’s, cataratas y riscos, el Rey vagó, ya fuese como el viento, como un soplo en el pelo de una campesina, en los cascos de los caballos desbocados, o en las mismas elementales partículas: fue así, como llegó a este espacio indecible, a este lugar más mágico que todos los lugares, donde el Mal es transparente y la ubicuidad la costumbre, las máscaras como las de Diosiso o Gorgo, la embriaguez y la muerte, el ritual. Vio, entonces, Lear, suspensa en el espacio, una rosa sangrante que lloraba. Se acercó con cautela, vio, olió, miró. Entonces el Rey sintió que el pecho se le inflamaba, que el corazón entumecido por el Silencio de Cordelia, comenzaba, nuevamente, a latir, y que lo que sus ojos veían recobraba el brillo de los crepúsculos que alguna vez vislumbró en sus transmigraciones en Alfa Centauro. Las gigantes rojas y las enanas blancas se sumaron a este Big-Bang amoroso y el rey descubrió en la rosa, en los pétalos sangrantes, en la lágrima que pedía de un pistilo, la verdad absoluta del Silencio, el amor, finalmente, su nombre, Therese.

3 DIÁLOGOS:

Anónimo dijo...

(Entra el Bufón y no ve a nadie)

Señor? Señor?

(Sale pensativo)

"Sé que estuvo por aquí
el Ilustre Historiador
pero por alguna razón
no ha contestado
la invitación
ni ha venido"

(Interrogando en voz alta
a una decapitada gárgola)

Estará perdido?

Lila Magritte dijo...

El pueblo lo ha invitado a comer curanto, me lo ha dicho un marinero ebrio que desembarcó del Caleuche.

Anónimo dijo...

(Se marcha)